martes, 15 de abril de 2014

1.50 € (Una historia de Lorena Canela)

8:47 a.m. autobús de la Línea C-2 de la Empresa Municipal de Transportes. Hace frío y mi mente vaga somnolienta entre los pensamientos si dejé la cafetera bien apagada y los documentos que me esperan al llegar a la oficina.

Unos golpes secos contra la puerta del autobús me sacan de mis desvaríos. La mujer con acento cubano se sube al autobús que para, aunque unos metros más adelante de la parada reglamentaria.

  -      “¿Qué le pasa? ¿Está loca o qué?”

La mujer ofuscada le lanza el 1:50 € que vale el billete. El conductor coge el dinero y lo tira al suelo.

 -       “Yo no recibo este dinero y usted se baja del autobús”

La mujer no se baja y se va a sentar. Los coches empiezan a pitar. El conductor termina por cerrar las puertas del autobús y arrancar. Las monedas siguen en el suelo e inician un baile de vaivén a ritmo del tráfico matutino.

Siguiente parada. No sube nadie. Los escasos viajeros del autobús permanecemos en silencio atentos al desenlace de la singular pelea. No puedo más. Me levanto y recojo las monedas que siguen su paseo por el suelo de goma. Me acerco al conductor y le extiendo la mano.

  -      “Ya he dicho que yo no recibía ese dinero”.

Me acerco a la mujer cubana, quien se niega a coger el dinero que salió de su monedero.

Me quedo parada en medio de los dos. Miro a uno, después al otro y me meto ostensiblemente el dinero en el bolsillo esperando a ver que pasa. Silencio.

Solo faltan dos paradas para llegar a mi oficina. Parece como si los dos protagonistas de esta inverosímil pelea hicieran esfuerzos por mirar a otro lado, mientras el resto de los pasajeros siguen atentos al desenlace de la absurda situación.

Una parada más. Me acerco a la puerta y pulso el timbre que anuncia el necesario final de la historia. Miro a uno y a otro. Un minuto. Nada. Las puertas se abren y me bajo.


Y les escribo, aquí sentada en la cafetería de mi trabajo, con una barrita integral con tomate y un delicioso té verde. Ummm…. que rico desayuno que, por cierto, vale un euro cincuenta.

domingo, 3 de noviembre de 2013

LA MUJER DE OTOÑO (1ª Parte)

Voy por el bosque. Las hojas caen de los árboles dejando un manto cobrizo cubriendo el suelo. Veo una zanja llena de agua y, sumergida entre las hojas, se dibuja la silueta de una mujer. Me acerco corriendo y la agarro entre mis brazos. Noto que su cuerpo ya está frío y sin vida.

La saco del agua y lentamente abre los ojos. Una leve sonrisa se dibuja en su rostro. No me dice nada, pero entiendo lo que me pide. Quiere que la ayude. No le queda mucho tiempo. Solo ha vuelto para despedirse de sus amigos, pero ambos sabemos que el tiempo apremia.

La acompaño a ver a su familia, a sus amigos. Ella no habla, y cuando encontramos a uno de sus seres queridos solo le abraza y le dedica una amplia sonrisa. Algunos lo entienden al ver su pálido rostro y solo la abrazan y la dicen adiós mientras una lágrima se desliza por sus caras felices y tristes a la vez.

Otros no lo entienden. Yo intento explicárselo pero se niegan a que eso sea real. Se desesperan, lloran, gritan y un llanto amargo les inunda el alma. Quieren decir cosas pero no pueden. Ella solo puede dedicarles un adiós con la mano mientras nos alejamos juntos y dejamos atrás la desesperación.

La tarde va pasando y ella se siente cada vez más débil. La tengo que ayudar a caminar. Hay que apresurarse.

Cuando el sol va cayendo lentamente ya nos hemos despedido de todos. Solo falta llevarla al bosque donde la encontré. Donde había una zanja ahora se levanta un montículo a modo de cama recubierto de hojas. La ayudo a recostarse mientras un hondo suspiro sale por su boca. Me mira una vez más, me sonríe y lentamente sus párpados se van cerrando...





lunes, 22 de julio de 2013

EL DESEO DEL EMPERADOR



Cuenta la leyenda que en 1523, el emperador Carlos V, autorizó la construcción de la nueva catedral sobre la mezquita ya en desuso.

Pasados tres años, las obras habían finalizado y el
Emperador emprendió viaje para la inauguración con la primera misa. Al llegar, todo estaba preparado, y un pasillo de pétalos de rosas se extendían hasta la entrada.

Al llegar el cortejo a la entrada, el Emperador se quedó parado y una profunda tristeza invadió su corazón. Y exclamó:

"Si hubiese visto esta mezquita de Córdoba antes, nunca hubiese autorizado la construcción de la catedral. Solo unos hombres con verdadera fe son capaces de construir algo tan bello."

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