8:47 a.m. autobús
de la Línea C-2 de la Empresa Municipal de Transportes. Hace frío y mi mente
vaga somnolienta entre los pensamientos si dejé la cafetera bien apagada y los
documentos que me esperan al llegar a la oficina.
Unos golpes secos
contra la puerta del autobús me sacan de mis desvaríos. La mujer con acento
cubano se sube al autobús que para, aunque unos metros más adelante de la
parada reglamentaria.
- “¿Qué le pasa? ¿Está loca o qué?”
La mujer ofuscada
le lanza el 1:50 € que vale el billete. El conductor coge el dinero y lo tira
al suelo.
- “Yo no recibo este dinero y usted
se baja del autobús”
La mujer no se baja
y se va a sentar. Los coches empiezan a pitar. El conductor termina por cerrar
las puertas del autobús y arrancar. Las monedas siguen en el suelo e inician un
baile de vaivén a ritmo del tráfico matutino.
Siguiente parada.
No sube nadie. Los escasos viajeros del autobús permanecemos en silencio
atentos al desenlace de la singular pelea. No puedo más. Me levanto y recojo
las monedas que siguen su paseo por el suelo de goma. Me acerco al conductor y
le extiendo la mano.
- “Ya he dicho que yo no recibía ese
dinero”.
Me acerco a la
mujer cubana, quien se niega a coger el dinero que salió de su monedero.
Me quedo parada en
medio de los dos. Miro a uno, después al otro y me meto ostensiblemente el
dinero en el bolsillo esperando a ver que pasa. Silencio.
Solo faltan dos
paradas para llegar a mi oficina. Parece como si los dos protagonistas de esta
inverosímil pelea hicieran esfuerzos por mirar a otro lado, mientras el resto
de los pasajeros siguen atentos al desenlace de la absurda situación.
Una parada más. Me
acerco a la puerta y pulso el timbre que anuncia el necesario final de la
historia. Miro a uno y a otro. Un minuto. Nada. Las puertas se abren y me bajo.
Y
les escribo, aquí sentada en la cafetería de mi trabajo, con una barrita
integral con tomate y un delicioso té verde. Ummm…. que rico desayuno que, por cierto, vale un euro
cincuenta.