martes, 29 de junio de 2010

HERENCIA

Cuando el Sr. Stroter se murió, muchos sonrieron.

El Sr. Stroter era un hombre de una gran fortuna. Vivía en una bonita mansión llena de flores en el centro de la ciudad. Había tantas plantas enredadas en la verja que era imposible ver la casa desde la calle.

Nadie recordaba con exactitud cuando había llegado a la ciudad. Parece que heredó la gran casa donde vivía de una señora solterona, una tía según decían, que murió siendo muy anciana. A la muerte de esta, el Sr. Stroter se mudó a la casa de la anciana, "La Casona" como se la conocía en el barrio. Poco a poco La Casona se fue llenando de jardineros, cocineros, muchachas de limpieza y una cantidad tal de gente que era difícil imaginar para que una sola persona, por muy grande que fuera la casa, necesitaba tanto personal. De hecho, la mayoría de ellos dedicaban gran parte de su tiempo a trabajar en otras casas.

La leyenda que se había creado en torno a su persona había crecido de día en día a medida que fueron pasando los años. Todos los pudientes de la ciudad presumían de estar entre su estrecho círculo de amistades, de haber hecho algún negocio con él o incluso de tener algún pariente en común. Pero cuando se les preguntaba acerca de como era el Sr. Stroter todos contestaban con banalidades. "Es un hombre normal" decían unos, otros decían "no se como estará ahora, fue hace mucho tiempo...".

Tampoco había consenso de cuando fue la última vez que el Sr. Stroter salió a la calle. Siempre que había un recado importante que realizar, su mayordomo, que llevaba desde siempre viviendo en La Casona, realizaba todas las tareas en su lugar.

Lo que todos coincidían era que el Sr. Stroter era una persona de alto abolengo. Incluso el personal de servicio de La Casona hablaba bien del Sr. Stroter.

Un buen día, una de las muchachas de la casa (que trabajaba por las tardes en el ayuntamiento) dijo que el Sr. Stroter estaba muy enfermo. La noticia se expandió por la ciudad como la pólvora. Rápidamente empezaron a llegar cartas a La Casona interesándose por la salud del Sr. Stroter y ofreciendo su apoyo. Ninguna persona de la alta sociedad quiso parecer descortés con alguien tan importante. Durante semanas fueron llegando a la casa envíos de la más diversa índole para el Sr. Stroter. El alcalde mandó peatonalizar la calle de La Casona para que el Sr. Stroter no fuera molestado por el ruido de los coches. La cadena de supermercados, que se había hecho con el control de todas las tiendas de la ciudad, mandaba todos los días varios kilos de la mejor fruta seleccionada especialmente para el Sr. Stroter. El presidente del colegio de farmacéuticos se hizo cargo personalmente de enviar cualquier pedido que viniera de La Casona. Y, a pesar de la insistencia del mayordomo del Sr. Stroter, que parecía haberse puesto tan enfermo y viejo como este, el colegio nunca aceptó el cobro de ninguna de las facturas. Incluso una monjita enviada por el Sr. Obispo llevaba todas las mañanas a primera hora la Sagrada Forma en una caja en oro para hostias, hasta la puerta de La Casona.

A nadie se le escapaba que el Sr. Stroter no podía durar mucho tiempo enfermo. Aunque no se sabía a ciencia cierta, el dueño de La Casona debía de ser ya muy anciano. Por los cálculos que hacían muchos y los comentarios del personal de servicio, el Sr. Stroter debía estar más cerca del "otro" barrio que de este.

Pero las semanas se fueron convirtiendo en meses, y los meses en años. A pesar de ello, el flujo de regalos y cartas venidas de toda la ciudad, incluso de otras cercanas, no paró en todo este tiempo. Nadie quería ser el primero en abandonar las atenciones al importante Sr. Stroter.

Pero un buen día, la muchacha volvió con la noticia de que el Sr. Stroter había empeorado muchísimo. De hecho, a los pocos días, de la Casona salieron cartas de agradecimiento a todos los que le habían brindando su apoyo en estos años diciendo que nunca se olvidarían de su generosidad. En las cartas llevadas en mano por el personal de servicio, el Sr. Stroter decía que sabía que iba a morir en breve, y que lo único que le preocupaba ahora era como iba a encargarse de preparar su fin en este mundo que le había dado tanto.

El alcalde de la ciudad le mandó una carta admirándole por su valentía y diciéndole que no tenía que preocuparse de nada. Que la ciudad se haría cargo de que su sepultura y de que su memoria fuera inolvidable. El Sr. Obispo ofreció la catedral  y una misa oficiada por él mismo para un tan buen cristiano. El colegio de abogados anunció que se haría cargo de todos los papeles y costas de sucesión del Sr. Stroter.

Por eso, cuando por fin llegó el día, muchos sonrieron pensando en el hombre tan importante, y rico, que se había ido. Pero los que sonrieron de verdad, fueron todo el personal de servicio. No fue una sonrisa de carcajada, si no con lágrimas en los ojos pero sonriendo con el corazón. Todos le habían apreciado mucho y coincidían en decir que nunca olvidarían lo feliz que habían sido con el Sr. Stroter. Ahora, probablemente, tendrían que dejar La Casona, pero no les importaba. Los días de felicidad y paz vividos durante tantos años se les había quedado grabado en el corazón.

El día del entierro fue muy emotivo. Nadie recordaba un entierro de tal magnitud en la ciudad. La catedral abrió sus puertas para la ocasión y mucho antes de empezar la ceremonia ya no cabía ni un alfiler. Parecían funerales de estado. Todas las autoridades y personas importantes de la ciudad estaban presentes disputándose las primeras filas para el acto religioso. El bullicio era tal que hubo que colocar bancos en la plaza para los asistentes que se quedaron fuera pudieran sentarse en este caluroso día de verano. Solo un pequeño grupo en una esquina del templo, en el que nadie reparaba, se encontraba ajeno a todo este jolgorio. El personal de servicio asistía atónito a todo el revuelo que se había formado.

Muchas horas después del entierro, la gente seguía desfilando por delante de la tumba del Sr. Stroter que ya descansaba en paz.

Una semana después del entierro, llegó el esperado día. La carta enviada por el Sr. Stroter unos días antes de su muerte al notario del colegio de abogados de la ciudad que había ofrecido sus servicios, iba a ser abierta. La ceremonia había sido organizada, por voluntad del Sr. Stroter, en La Casona. Todo el personal de servicio se encontraba presente. El alcalde, varios concejales, el obispo y las principales personas que ayudaron al Sr. Stroter en los últimos años habían sido convocados.

La carta empezaba dando las gracias al Alcalde por ocuparse de sus restos y por tratar tan bien a un humilde ciudadano. Le deseaba que permaneciera muchos años al frente del consistorio. Al obispo le agradecía las plegarias dedicadas a su alma y las atenciones a las ovejas de su rebaño, rogando a Dios que le iluminara para seguir haciendo el bien. A los farmaceuticos les reconocía la importante labor que realizaban por la humanidad deseando que algún día todos los habitantes de la ciudad pudieran recibir sin problemas los medicamentos que precisaban. De esta forma la carta iba agradeciendo y reconociendo la labor de todos los presentes. A cada persona que iba siendo mencionada, una de las muchachas de servicio le ofrecía un objeto de la antigua cubertería de plata que había pertenecido a la abuela de la antigua propietaria de La Casona. Como les explicaba la muchacha, era un recuerdo personal elegido por el Sr. Stroter para que cada uno tuviera "algo suyo".

Después de casi media hora de agradecimientos, vino la parte del reparto de bienes. Los asistentes se miraron de reojo con una ligera sonrisa en la comisura de los labios. Los primeros en ser mencionados fueron todo el personal de la casa. "Por sus largos años cuidando de La Casona, mi deseo es que todo el personal que actualmente vive en ella, pueda seguir viviendo en ella todo el tiempo que cada uno quiera. Cuando no quede nadie en la casa,  La Casona quedará en propiedad del orfanato donde crecí y que tanto hicieron por mí. Ruego al colegio de abogados que amablemente se ha ofrecido a realizar las gestiones, que se ponga en contacto con ellos, ya que no están presentes, para darles la noticia."

El notario del colegio de abogados cerró la carta. Un largo e incómodo silencio se hizo entre los presentes. Al cabo de un tiempo insoportable estalló el Sr. alcalde:

- "¿Y qué más?"
- "Nada", dijo el notario.
- "¿Como que nada? ¿Y todas las posesiones, las propiedades y el dinero del Sr. Stroter para quién van?" dijo el Sr. alcalde conteniendo su furia.
- "Pues aquí no dice nada más"

Los asistentes no sabían como reaccionar. Parecía una broma pesada. El Sr. alcalde buscó con la mirada entre el servicio al mayordomo del Sr. Stroter. "¿Pero donde está el mayordomo?" dijo ya puesto en pié y sin poder contener la mezcla de ira e impotencia que le invadía.

El personal de servicio se miraban unos a otros mudos sin decidirse a responder. Atemorizadas en esa situación las muchachas sólo miraban al suelo mientras los jardineros se preguntaban con la mirada que debían hacer.

"¡¡¡Pero alguien se va a decidir a llamar al maldito mayordomo de una vez o vamos a tener que estar aquí todo el día esperando!!!" espetó el alcalde mientras uno de sus concejales le sujetaba del brazo para que no se abalanzara sobre el servicio.

Finalmente, uno de los jardineros se atrevió a hablar: "Pero, señor alcalde... el..., el... el Sr. Stroter era el mayordomo de La Casona. La heredó de la señora a quien durante tantos años sirvió en esta misma casa. La Anciana murió arruinada y solo le quedaba esta casa. Cuando murió, le dijo al Sr. Stroter, su mayordomo, que disfrutara de la casa como ella lo había hecho y que hiciera feliz a todos los que pudiera con ella. Por eso nos dejó alojarnos a cada uno de nosotros cuando nos quedamos sin casa donde vivir. Sólo nos pedía que colaboráramos en las tareas que cada uno sabíamos hacer para que La Casona siempre tuviera el aspecto que su anciana dueña quiso que conservara".

1 comentario:

  1. This story shows how it is difficult and hard to get a real wealth. We can wait for many years to achieve a positive result.

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