sábado, 10 de septiembre de 2011

EL EXTRAÑO CASO DE LADY MARIOT

¡Era imposible! ¡Totalmente imposible! Recibir la noticia a los 48 años que la señorita que se encuentra de pié en la puerta de tu casa es tu hija es algo difícil de tragar para cualquier persona que se cree sin descendencia hasta la fecha. Lo que resulta realmente inverosímil de creer es que la joven en cuestión insista en que es tu hija y tú eres su madre.

- "Mire señorita, usted está equivocada, de eso, puede estar segura" fue lo primero que me salió decirle. Iba a cerrarle la puerta cuando ella insistió:
- "Por favor, no me cierre la puerta; ahora que la he encontrado...".
- "¡Pero bueno, no lo entiende, si tuviera una hija yo lo sabría!".


Quería terminar aquella conversación absurda y seguir leyendo el libro en el que estaba inmersa pero algo me lo impedía. No sabía si me encontraba frente a una loca, si eso era una broma de alguien con poca imaginación o sencillamente si me encontraba frente a una pobre chica que realmente estaba buscando a su madre y estaba desesperada. La verdad es que sentía curiosidad por averiguar cual de las tres opciones era la correcta. No se si por pena o por curiosidad finalmente la dejé entrar en mi casa.


La pobrecita parecía bastante inofensiva. Hablaba francés con un fuerte acento norteamericano. Delgaducha, con su larga melena rubia y tan alta como yo parecía que podría salir volando al mínimo golpe de viento. Llevaba zapatos planos, bastante viejos aunque bonitos y vestía como una señorita sacada de un cuento de otra época. La verdad, mirándola bien, se parecía bastante a mí a su edad, con la diferencia del pelo, que el mío es moreno.


Después de servirle una taza de té y de unas breves frases de cortesía decidí ir directamente al grano. 
- "A ver jovencita, que es lo que le hace pensar que yo puedo ser su madre".
- "Usted es Lady Mariot, ¿verdad?"


Durante una décima de segundo me sentí sonreír mientras me venían a la cabeza miles de recuerdos de una época dura, distinta y feliz. De repente, un escalofrío recorrió toda mi espalda.


- "¿Pero como puedes tú saber eso?" No sabía que hacer. Mi instinto me decía que echara a esa persona inmediatamente de mi casa y que le dijera que no volviera nunca jamás. Pero estaba petrificada. ¿Qué era eso? ¿Una broma macabra? ¿De dónde había salido esa gringuita con esa historia del pasado?


Mi cara tuvo que haberse quedado más blanca que la de un bebé porque vi en su rostro una expresión de miedo. Al cabo de unos pocos pero interminables segundos ella me preguntó "¿Está usted bien?¿Qué...? ¿Yo..?" "Lo siento, de verdad - dijo la jovencita - No quería...".


Cerré los ojos. Nos quedamos un largo rato en silencio. Me levanté y me puse un chal. A pesar de ser una agradable tarde de fin de verano sentía frío en el cuerpo.


Lady Mariot. Nadie me había llamado así desde la guerra. En esos años yo trabajaba en un café en París, café L'éclair. Hacía de camarera con un vestido un poco atrevido con el que me ganaba buenas propinas para ayudar a pagarme el cuartito donde vivía en la zona de Montmartre.


Había llegado a París para estudiar farmacia en la universidad. En aquella época éramos muy pocas las chicas que estudiábamos una carrera. Pero la guerra lo paró todo. Tuve que dejar los estudios para sobrevivir en esos turbulentos años.


"Mis amigos del café L'éclair - empecé a contarle - me bautizaron Lady Mariot, en referencia a una famosa película de la época en la que aparecía una mujer espectacular que se llamaba así y que supuestamente se parecía a mí. Yo creo que no tenía ningún parecido pero el apodo me pareció halagador y divertido y lo acepté de buen gusto. Eran tiempos difíciles. Pasamos muchas dificultades y la incertidumbre de la guerra hacía que no viéramos nuestro futuro con muchas esperanzas. Pero éramos felices. Vivíamos al día, disfrutábamos de la amistad, de los sueños y de los divertidos momentos que pasábamos en el café."


"Hasta el día en que todo acabó. Nunca supe lo que pasó en realidad. Años más tarde, cuando desperté de un coma en una cama del hospital Saint-Vincent de Paul, solo supieron decirme que me había salvado milagrosamente de un incendio. Poco después de la guerra, se produjo un incendio terrible en un hospital de la zona sur en la que murió mucha gente quemada y asfixiada. Era un edificio antiguo, de madera y no estaba preparado para casos como ese. El incendio se propagó rápidamente y las viejas vigas de madera ardieron como cerillas. En poco tiempo todo se vino abajo. Al cabo de varias semanas, una brigada de voluntarios desescombraba los restos de lo que fue el hospital. Cuando un par de hombres fornidos levantaban los restos de un armario metálico descubrieron mi cuerpo aparentemente intacto. La suerte quiso que el armario y la cama metálica hicieran un refugio protegiéndome de las paredes y techos que cayeron encima, y estos formaron una cueva donde permanecí aislada todo ese tiempo. Lo único que supusieron es que yo era una paciente por mi camisón, pero imposible saber nada más de mi."


"Volví a lo que había sido el café L'éclair pero no quedaba nada. Después de volverme loca preguntando encontré una vecina que me contó que una bomba había destrozado el café. No sabía cuantos muertos hubo pero si recordaba que poca gente salió con vida. ¿Fue esa bomba la que me mandó al hospital? ¿Me quedé en coma en ese momento? Nunca lo sabré."


- "¿Y sus amigos? ¿No volvió a ver a sus amigos?" - Se lanzó a preguntar la jovencita que escuchaba atenta mi relato.
- "Pequeña, en esos tiempos de guerra, con la Resistencia y los chivatazos cuanto menos sabíamos unos de otros mejor. Y los pocos de los que sabía un poco más de su vida habían desaparecido. Nos veíamos en el café. Ese era nuestro punto de encuentro. Por cierto ¿Cómo te llamas? Todavía no me has dicho tu nombre." - le pregunté mientras encendía un cigarrillo. Ya me encontraba un poco más tranquila y me quité el chal.


- "Daisy. Bueno, en realidad Gretel, como usted, pero después de la guerra mi padre pensó que mi nombre sonaba demasiado alemán y empezó a llamarme Daisy para evitarme problemas."


Tragué saliba. Empecé a pensar que había cometido un error dejando entrar a esa extraña en mi casa. Ya no me parecía una pobrecita joven que andaba buscando a su madre desesperadamente. No sabía como había podido averiguar esas historias pero empecé a sentirme un poco inquieta.


- "Mire señorita. Estoy esperando visita - me inventé - así que le rogaría que ahora se marchara. Ya continuaremos hablando otro día."
- "No, por favor, déjeme que le cuente..."
- "No insista, por favor - le dije mientras me levantaba y me empezaba a dirigir a la puerta - mis amigos están a punto de llegar". La joven se levantó bruscamente mientras sujetaba su pequeño bolso con fuerza, como si eso pudiera retenerla en el sitio.
- "Por favor - me estaba empezando a poner nerviosa - salga inmediatamente de mi casa o tendré que..." no me dio tiempo a terminar la frase cuando para mi sorpresa la jovencita se levantó la falda, se bajó los calzones y se dio media vuelta mientras me enseñaba su nalga derecha.


Me quedé helada. Ahora si que no sabía que hacer. Tenía claro que esa joven no era mi hija. Que se llamara igual que yo y que se pareciera a mí podía ser pura coincidencia. Me parecía asombroso que alguien supiera la historia de Lady Mariot, no conseguía entender como lo podía haber averiguado. Pero que en su nalga derecha tuviera tres lunares en forma de trébol eran demasiadas coincidencias. Yo tenía esa misma marca en mi nalga derecha.


Daisy se tapaba la cara mientras estaba en esa postura poco decorosa. Lentamente se volvió a colocar su ropa y se quedó de pié junto al sillón con la mirada clavada en el suelo. Tras unos instantes de perplejidad, cerré la puerta y volví al centro de la sala. Le dije que se sentara mientras yo me dejaba caer lentamente en el sofá con la cabeza dando vueltas.


"Es imposible - concluí. Sinceramente, no puedo entender todo esto pero tú no puedes ser mi hija sencillamente porque yo no tengo hijos ni hijas."


Daisy me miraba con los labios apretados mientras buscaba las palabras adecuadas en su cabeza. "Lo siento, - dijo por fin - no sabía como explicárselo pero entiendo que me quisiera echar de su casa. Enseñarle mi marca de nacimiento era la única manera de evitarlo. Mi padre me contaba que esa marca la había heredado de mi madre, que tenía la misma marca que yo."


Mientras me encendía otro cigarrillo con las manos temblorosa le hice un gesto con la mirada para que continuara.


"Yo he crecido y vivido en Nueva York toda mi vida. Mi padre me llevó de pequeña, después de la guerra. Decía que ya no quería vivir en París después de la muerte de mi madre, y que quería empezar una nueva vida en los Estados Unidos. Yo era muy pequeña en aquella época. Solo sabía que mi madre había muerto en el incendio de un hospital en St. Cloud donde estaba internada."


"Estudié periodismo en la universidad de Columbia. En mi último año de carrera tuve que hacer un trabajo sobre un periodista famoso llamado Jhon P. Samuels que había recorrido medio mundo rescatando historias de la vida cotidiana que no suelen aparecer en titulares. Una de ellas me llamó la atención. Hablaba del curioso caso de una joven que sobrevivió a un incendio en un hospital y que fue encontrada varias semanas después enterrada bajo los escombros. Al lado de la noticia estaba una foto de la joven. En el pié de foto indicaban que la joven estaba en coma en un hospital de París."


Me levanté y me fui a la cocina. Necesitaba beber agua y respirar un poco. Me sentía helada y acalorada al mismo tiempo. Estaba apoyada en la mesa de la cocina con los brazos extendidos. Esto no era un sueño. Era real, pero no sabía como comportarme. Volví al salón y me senté abrazando un cojín.


Estaba oscureciendo. Los últimos rayos de sol entraban por la ventana trasera del salón y daban una bonita luz anaranjada. Casi ya no se veía. Encendí la lampara que ocupaba casi toda la mesita al lado del sofá. Observé a Daisy. Su rostro se había relajado y de pronto me pareció como si lo hubiera estado viendo toda la vida. Era hermosa.


"Pedí una autorización para sacar el periódico de la universidad - continuó - y se lo llevé a mi padre. Cuando se lo enseñe, a mi padre le temblaron los labios y le empezaron a brotar lágrimas de los ojos. De repente comprendí que esa mujer era mi madre". Daisy se quedó callada unos instantes. Se puso a llorar en silencio. Sacó un pañuelo de su bolso y se secó las lagrimas.


"Gracias - me dijo mientras aceptaba el vaso de agua que le ofrecí". Yo no podía decir nada. Estaba con un nudo en la garganta. No sabía como terminaría esta historia pero presentía la cercanía de un terremoto.


"Mi padre estaba muy enfermo por aquella época. Los médicos le decían que no le quedaba mucho de vida. Me miró a los ojos y me pidió que me sentara a su lado. Y me contó detalladamente toda su historia de juventud."


"Después de contarme todos los detalles de su infancia y adolescencia me contó que en su juventud conoció a mi madre en un café de París. Ella trabajaba allí. Allí se conocieron, se enamoraron y empezaron a salir juntos."


"Un día, después de varios meses de estar saliendo juntos mi madre llegó decaída al café - me contó mi padre. Ella decía que esa guerra nunca acabaría. Para animarla, cuando terminó su turno en el café,  mi padre le propuso ir a un lugar en Pigalle que permanecía abierto toda la noche. Había que tener cuidado porque en aquella época los alemanes y la policía no paraban de hacer controles y por un nada podían llevarles detenidos. Mi padre me contó que fue una noche inolvidable. Cuando salieron de aquel lugar, mi madre invitó a mi padre a su cuartito. Era la primera vez que le invitaba a subir."


"Este es el resto de la historia tal y como me la contó mi padre" - me explicó Daisy:
"Al día siguiente yo me sentía el hombre más feliz del mundo. Era el primer domingo de abril de 1943. Comimos un poco de pan con manteca y azúcar para desayunar en el cuarto de tu madre. Ella había conseguido un poco de café de estraperlo que saboreamos mientras mirábamos por la ventana de su habitación. Estábamos enamorados. Yo quería salir a pasear y disfrutar de ese magnífico día de primavera. En esa época trabajaba en una fábrica en Boulogne-Billancourt y conocía una zona arbolada cerca del Sena, donde podríamos pasear todo el día y hacer pick-nick. Fuimos hasta allí en metro. Estuvimos paseando un buen rato y después de comer nuestros sandwiches, tu madre se quedo tendida en la hierba mirando el cielo. Yo me fui hasta la orilla del río. Me descalcé y metí los pies en el agua. El agua estaba fría pero era una agradable sensación. Llamé a tu madre desde la orilla. Ella se levantó y me miró sonriendo mientras tapaba el sol con su mano. Entonces empezamos a oír los aviones. Ella se quedó mirando al cielo. Empecé a llamarla a gritos para que se tirara al suelo pero entre los ruidos de los motores y las sirenas ella no me oyó. Antes de que pudiera salir del agua vi como salía catapultada al explotar la primera bomba que cayó. Eran los aviones de la USAF que venía a bombardear las fábricas."

No podía asimilar lo que estaba oyendo. Después de 26 años estaba oyendo mi propia historia mientras cientos de imágenes enterradas en mi subconsciente me volvían a la cabeza. Los aviones, el río, las sirenas, la sonrisa de Luc, su pelo rubio...


Daisy continuó con el relato de su padre.
"El director de la fábrica donde trabajaba salió a toda velocidad con su coche. Al reconocerme, con tu madre ensangrentada en mis brazos, se apiadó de mi y me dijo que subiera rápidamente. Nos llevó hasta la puerta del hospital de Porte de St. Cloud y siguió su camino a toda velocidad. Pasé toda la noche en el hospital despierto caminando sin parar de un lado para otro. Había muchos heridos y nadie sabía decirme nada. Por fin, por la mañana, encontré un médico que me dijo que tu madre estaba viva, con bastantes heridas por el cuerpo pero viva. Lo peor era un golpe que había recibido en la cabeza y eso la había sumido en un coma. Solo cabía esperar."


"Todos los días iba a verla. Ya nadie me preguntaba a donde iba. Al cabo de unas semanas, cuando llegué al hospital un médico se me acercó y me dijo que quería hablar conmigo. Después de hacerme pasar a una sala destartalada y pedir que me sentara me dijo que tu madre estaba embarazada. Me dijo que era una situación complicada, pero que si yo quería, podrían intentarlo. Seis meses más tarde naciste tú."

Rompí a llorar. No podía parar. Lloré hasta quedar agotada. Me dolía la cabeza.

Daisy, mi hija, se levantó, se acercó y me abrazó.



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