
Cuenta la leyenda que en 1523, el emperador Carlos V, autorizó la construcción de la nueva catedral sobre la mezquita ya en desuso.
Pasados tres años, las obras
habían finalizado y el
Emperador emprendió viaje para la inauguración con la
primera misa. Al llegar, todo estaba preparado, y un pasillo de pétalos de
rosas se extendían hasta la entrada.
Al llegar el cortejo a la
entrada, el Emperador se quedó parado y una profunda tristeza invadió su
corazón. Y exclamó:
"Si hubiese visto esta mezquita de Córdoba antes, nunca hubiese autorizado la construcción de la catedral. Solo unos hombres con verdadera fe son capaces de construir algo tan bello."
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